La segunda temporada de la ficción llega con la misma energía y una trama pegadiza
A ‘The end of the fun***in world’ le podríamos llamar el videoclip de las series. Como todo buen videoclip, nos cuenta una historia a ritmo de melodías pegadizas y un estribillo que se repite; las voces de Alyssa y James y sus malaventuradas vidas. Una perfecta selección de canciones pop y música indie junto a unas palabras vacías de ornamentación lo condensan todo en diálogos raquíticos. Cada frase se exprime al máximo y no hay nada que no tenga sentido de ser.
La ficción británica, producida por Channel 4 y distribuida mundialmente por Netflix, ha vuelto tras dos años de espera con su estilo y humor negro de siempre. De las desgracias de la vida ha construido una hilarante ridiculización del absurdo que nos habla de cuando nuestras vidas se tuerzan, de cuando los imprevistos nos superan y, al final, nos quedamos estancados en una realidad de la que no somos capaces de huir. La radicalidad de los personajes en todos sus diálogos y acciones nos lleva a reconocer en ellos nuestra parte más cruel, nuestro yo más negro, y de ello nace una identificación tan tóxica como pegadiza. Todos sabemos que no somos santos aunque a veces nos olvidemos de ello.
Alyssa y James no son personajes fáciles. En la segunda temporada muy pocas veces los vemos sonreír pero los guionistas nos los presentan creíbles e identificables. Aunque desde la frivolidad como base caracterológica es muy difícil generar la empatía del espectador, en esta temporada lo consiguen otra vez presentándonos nuestra cara más psicópata y oscura. Para ello, una de las herramientas que usan es el monólogo interior. Los protagonistas revelan aquello que se les pasa por la cabeza con radical sinceridad, destruyéndo de este modo el subtexto del diálogo y abriendo en canal toda su realidad. De la frivolidad hacen normalidad hasta en la última escena de la temporada y, personalmente, creo que en el mundo hiperestimulado e hiperexcitado en el que vivimos es un valor positivo a aportar.
Hablando de valores, debemos destacar los numerosos guiños al feminismo que han hecho los creadores de la ficción; con la escena de Alyssa en el bus pero también con el planteamiento caracterológico de los dos protagonistas. En este sentido vemos como, por un lado, Alyssa nos es presentada como una chica que se muestra siempre fuerte aún todas las debilidades internas que afronta. Su firmeza y seguridad se mantiene en todas las decisiones que toma por mucho que puedan parecer totalmente locas. En contraposición, James es presentado como un chico débil y dubitativo, libre de expresar sus emociones e inseguridades y alejado de una apariencia de fortaleza. De hecho, hasta el personaje de Todd es un chico no-convencional entendiendo los parámetros de la industria cinematográfica. Y sí, esto también es importante. Los cambios de roles sobre la tendencia general de la industria creo que son fundamentales para elaborar paradigmas alternativos en nuestra realidad. Algo que puede estar influido por el hecho de que ‘The end of the f***in world’ es una serie de producción británica y no americana.
Y para finalizar, uno de los elementos importantes que hacen de ella una serie pegadiza es que no hay espacio para los matices. Solo claridad y radicalidad. La concisión es uno de los valores que los guionistas explotan mejor con el objetivo de conseguir un buen ritmo de thriller y mostrar unos personajes despojados de todo accesorio. La concisión de los diálogos también se convierte en concisión de las acciones y se genera una trama trepidante con continuos cambios de pulsiones narrativas. Del miedo a la esperanza en menos de un minuto y con plot twists finales en cada capítulo.
Por lo tanto, la segunda temporada de ‘The end of the f***in world’ mantiene con éxito la receta que la hizo popular en su primera entrega; serie videoclip, personajes complejos, diálogos concisos y una trama pegadiza. La propuesta es interesante y configura una atmosfera digna de ser recreada en más ocasiones. Ya sabemos que siempre habrá escépticos que critiquen diciendo: «no queremos que se estire el chicle por motivos empresariales», etcétera. Sin embargo, la segunda temporada de ‘The end of the f***in world’ ha demostrado que no vive de una trama concreta sino de un mundo interior, un estilo propio que estoy convencido que se puede volver a desarrollar en una tercera temporada. Aunque el final tenga aires de resolución, todo es posible.