Eres tú quien ha caído en las ‘Tentaciones’.
La primera temporada de ‘La Isla de las Tentaciones’ llega a su fin. El reality ha sido un auténtico éxito para Mediaset: ha cosechado los mejores datos de audiencia de la historia de Cuatro, ha sido un excelente sustituto in extremis de ‘GH Dúo’ y ha generado nuevos personajes para el universo telecinquero. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. El programa, si bien es cierto que presenta una factura técnica impecable, pone al descubierto algunas carencias éticas que hemos normalizado con demasiada rapidez.
No hay muchas diferencias entre disfrutar viendo una lucha de gladiadores, una corrida de toros o ‘La Isla de las Tentaciones’. En los tres casos estamos asistiendo a un espectáculo cuyo principal reclamo es el sufrimiento ajeno. Hemos evolucionado y ya no asesinamos a nadie ni a nada, afortunadamente, pero no es suficiente. Admitámoslo, lo que nos ha enganchado al programa son las reacciones de los participantes al descubrir que sus parejas les eran infieles. Hemos disfrutado viendo como relaciones relativamente duraderas se rompían. ¿En qué hemos fallado?
El primer problema reside en que el casting estaba formado exclusivamente por parejas monógamas –y heterosexuales–. Ésta es la gran torpeza ética de ‘La Isla de las Tentaciones’. Las parejas participantes han sufrido porque eran parejas cerradas y en ningún momento se les planteó la posibilidad de experimentar con una relación abierta o poliamorosa para evitar el conflicto. Se les ha abocado, premeditadamente, a la toxicidad. Mediaset ha perdido una gran oportunidad para, a pesar de ser una televisión privada, ofrecer un servicio público de pedagogía, generar un debate social y acercar a todos los públicos el gran abanico de posibilidades que presentan las relaciones humanas.
El llanto de Christopher ha vendido más que su sonrisa y nosotros, como espectadores y compradores, somos los responsables. Nos ha faltado sentido crítico en el momento de consumir ‘La Isla de las Tentaciones’. No todo vale en nombre del entretenimiento. Nos hemos pasado las últimas semanas llegando a casa después de largas jornadas de trabajo y nos hemos creído con el derecho de descansar apoyados sobre lágrimas ajenas. No votamos una vez cada cuatro años, lo hacemos cada vez que pulsamos un botón de nuestro mando a distancia. Pensemos qué televisión queremos y actuemos en consecuencia, porque eligiendo qué programas ver también estamos escogiendo en qué sociedad vivir.
Los participantes de ‘La Isla de las Tentaciones’, no nos confundamos, tampoco han sido unos angelitos. En las dos villas ha sobrado mucho egoísmo. ¿Dónde está la empatía que se espera de una persona hacia otra, especialmente cuando se supone que son pareja y se quieren? ¿Qué quería decir Estefanía cuando aseguraba que podía intimar con Rubén porque le apetecía, es decir, que podía herir a Christopher porque le apetecía?
Espero que el aire que se respiraba en estas islas de las tentaciones no llegue a nuestras tierras y que como sociedad no aceptemos el herir por placer. Estoy convencido de que somos mejores que eso. Mediaset y Cuarzo producen contenidos espectaculares, pero también debemos hacerles saber cuáles son las líneas rojas de las que alejarse. Seamos más críticos, hagamos más zapping y construyamos un país mejor. Mónica Naranjo ya ha dado el primer paso.